MI QUERIDA ABUELA CAP. 4


No podía creer lo que acaba de ver, mi gatita, mi amiga, mi Katy ya no estaba más y peor aún, yo había sido participe en su muerte; de repente, un gran vuelco en mi corazón que término en una tormenta en mi estómago, casi como reflejo, vomite sobre la mesa. Mi abuela sonreía de oreja a oreja, no dejaba de comer, al verme vomitar me dijo: “pero si aún falta el postre”, de la olla sacó la cabeza de Katy y la dejo caer sobre la mesa, aun con restos de pelaje y un rostro desfigurado que expresaba la crueldad con la cual terminaron sus días.

Salí corriendo de la cocina, no sabía qué hacer, estaba horrorizado, solo escuchaba la espantosa risa de mi abuela, corrí hacia mi habitación y atranque la puerta con el viejo escritorio que estaba ahí.

Me retire al otro extremo de mi habitación viendo hacia la puerta en caso de que ella entrara, a mi mente llegaban todos los recuerdos que había tenido con mi gatita, cuando me ronroneaba al llegar de la escuela, esas tardes donde jugábamos por horas e incluso cuando la defendía de mi madre por haber tirado alguna cosa o mordido otra, no sabía qué hacer, mi cabeza era un mar de emociones y pensamientos.



 
Hacía rato que no escuchaba ningún ruido en la casa, en la ventana ya se veía la luna y mis lágrimas no dejaban brotar; un resplandor debajo de un libro que era iluminado por la luz que entraba por la ventana, llamó mi atención, eran las tijeras con las que había cortado el seco jardín, eran de tamaño medio, puntiagudas y afiladas, había olvidado devolverlas por el súbito de aquel momento. Al menos tenía algo con que defenderme por si ella quería hacer lo mismo conmigo, yo solo quería salir de aquel horrible lugar y reunirme con mi madre.

Mirando las tijeras en mis manos vi la pulsera que me había regalado la señora Hilberth, las habíamos hecho en su casa, una tarde lluviosa, aquel día cuando un trio de chicos me habían quitado mi almuerzo y dado una paliza por oponerme; como película en mi cabeza, recordé lo que me había dicho la señora Hilberth en el hospital “Henry, ella no es lo que dice ser, avanza y libérate de sus cadenas”No había posibilidad de que la señora Hilberth conociera a mi abuela pero sin duda ella sabía algo que yo no, después de todo ¿Qué abuela te hace comerte a tu gato?, pensé—.

Decidí salirme como fuera de esa casa, me limpie las lágrimas, tome las tijeras y las guarde en el bolsillo de mi pantalón, ocultándolas con mi playera un poco larga, deslice el escritorio poco a poco para no hacer mucho ruido y abrí la puerta lentamente…

Todo estaba muy oscuro, en el vestíbulo principal se alcanzaban a iluminar algunos lugares por la luz de la luna que entraba por aquel hoyo en el tejado. Baje lentamente las escaleras, escuchaba murmullos de un lado y de otro, pero no lograba ver nada, fui a la cocina temeroso y todo estaba regado, los platos, la comida y… los restos de Katy.

Regrese al vestíbulo y fui hacia la puerta, traté de abrirla pero no podía por los candados que la aseguraban, de pronto en mi espalda, sentí un golpe alargado y seguido de esto una sensación de frescura en la espalda, toque mi espalda y estaba sangrando, gire y vi su silueta, no podía verle la cara, era mi abuela; corrí hacia otra habitación y segundos después recibí otro golpe en el hombro, eran hechos por un látigo, ardía demasiado, tenía que buscar refugio. Rápidamente corrí hacia el patio trasero, pero antes de que yo saliera ya había recibido otro golpe en la pierna que me hizo trastabillar— ¿Cómo podía ella saber, hacia dónde corría exactamente?, pensé—.

Entonces recordé los espejos que había visto al llegar a esta casa, colocados en ciertas partes del vestíbulo, que dejaban ver partes estratégicas de este horrible lugar, tome algunas piedras y manteniéndome en las sombras apunte a uno de ellos y lo hice trizas, escuche un gruñido que me erizo la piel; me moví de lugar para poder visualizar el siguiente, apunte y lance la piedra. Verlo quebrar no me aseguraba salir de aquel lugar pero si estar lejos de su vista y tener al menos una oportunidad.

-¿Crees que rompiendo los espejos podrás ocultarte de mí?—dijo un voz en la penumbra.
   No conteste y rompí el siguiente.
-Tú estarás aquí para siempre de una forma u otra—amenazo ella con voz gruesa.
  Con miedo y sin hacer ruido, me moví para localizar otros dos espejos que debía romper.
-Parece que no eres muy listo ¿Me pregunto si tu maldita gata ya estará en el infierno?—dijo ella, acompañando la pregunta de una carcajada atemorizante.
-¡Cállate!—le grité y rompí dos espejos que se encontraban en extremos opuestos del vestíbulo.
-Después de todo, no tenía buen sabor ¿¡Verdad!?— grito desgarradoramente, pareció como si la acompañaran muchas personas más.
-¡Déjame en paz!—grité y rompí el último espejo. De las sombras ella se abalanzo sobre mí.

Caí de espaldas y ella estaba por encima de mí, me arañaba la cara y yo trataba de zafarme, para ser una mujer vieja era muy fuerte. No conseguía quitármela de encima y sus uñas pareciera que fuesen de hierro, pues a cada rasguño, una línea de sangre brotaba de ellas. Llego a tomarme de las manos y me inmovilizo verle el rostro.

Su cara era mucho más arrugada y sus líneas del rostro más profundas, su pelo desaliñado y teñido en ciertos lugares del rojo de mi sangre, daba la impresión de un demonio; sus ojos eran rojos casi en su totalidad, debido a las múltiples venas que ahí se le marcaban y su boca me sonrió de una forma terrorífica, que dejaba ver una dentadura mal cuidada pero aún lucia muy sólida.

-Henry ¿Teníamos que llegar a esto?—pregunto ella, inspeccionando todo mi rostro al decir esas palabras.
-Déjame por favor, yo no te he hecho nada—dije sollozando, tratando de moverme.
-Mírate, tan joven y tierno. No sé de donde…—dijo ella, mientras se acercó a mi cara y lamio mi mejilla izquierda.

  Traté de moverme pero era inútil. De pronto ella, mordió mi mejilla tan fuerte que pudo arrancar gran parte de ella, grite pues me produjo un dolor inverosímil, gire a verla y su cara denotaba satisfacción, pues estaba saboreando mi carne, con la boca llena se sangre, se pasó entero el bocado.

-Querido, estas delicioso. Hay que darle mérito a tu madre, pasa día y noche buscándome la comida del día siguiente, aunque ha perdido mi respeto últimamente. Tu padre por otro lado, se metió en lo que no le importaba, abrió la boca de más y yo tuve que abrirlo a él. —dijo ella, mientras se lamia los labios y reía de forma desmesurada.

No podía creer lo que escuchaba, el dolor no me dejaba ni un instante y la sangre corría cada vez más fluida, trate de hacer forcejeos para poder soltarme, sabía que no se detendría ahí. Se acercó lentamente a lo que quedaba de mi mejilla y metió su lengua tocando los bordes de la herida y mis dientes; llevo su nariz a la herida y aspiro fuertemente, fue subiendo lentamente (“Henry, ella no es lo que dice ser”, llego a mi mente) aspirando conforme iba subiendo como alguien que huele un pan recién horneado (“avanza”, nuevamente resonó en mi cabeza); llegó a mi ojo izquierdo y metió su lengua como tratando de sacármelo de su órbita, lo cual me produjo mucho dolor (“y libérate…”, recordé) me moví de un lado a otro y logre zafar mi mano, rápidamente la lleve al bolsillo de mi pantalón y saque las tijeras que había guardado; sintiendo aun su lengua, le clave las tijeras en el hombro y soltó un tremendo alarido.

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Acerca de Los Profanos

Organización de Investigadores Paranormales, dedicados a la distribución de contenido. Asociados con otras mini empresas.